Los programas de planetario han acabado por convertirse en un género audiovisual específico, con un lenguaje propio construído a partir de la acumulación de toda clase de recursos. Nada es ajeno a los planetarios: la voz humana, los efectos de sonido, la música, las fotografías, los vídeos... todo es válido para dejar en el espectador una sensación de producto compacto y cuidadosamente elaborado, desde la seguridad de que el único modo de hacer buena divulgación es
hacerla bien. Los asistentes al planetario, además, vienen cargados de curiosidad y expectación, semejante a aquello que sentíamos en los viejos cines con pantalla gigantesca y cortinas que se abrían solemnemente. Participamos con entusiasmo en el ritual de las luces que se desvanecen poco a poco dejando que aparezcan los primeros puntos proyectados en la cúpula. El fascinante artificio de crear la noche durante el día, de mostrar ante nuestros ojos el gran espectáculo del cielo que la modernidad urbana nos niega, nunca dejará de provocarnos asombro.
Desde aquella
"Vía Láctea" que nos descubrió a muchos las posibilidades estéticas de los planetarios hasta hoy se ha producido una lógica evolución en el tratamiento y diseño de los programas, pero el objetivo fundamental no cambió: conseguir el equilibrio adecuado entre las intenciones didácticas y la necesidad de entretener.
"Galileo, mensajero de las estrellas" destaca por su deslumbrante acabado técnico, con un uso excepcional de los efectos de sonido y de la música, pero peca de unas pretensiones demasiado literarias que le restan ritmo al guión. El programa avanza a un paso ligeramente pachorrón, aunque recobra brío en la parte final con la apasionante lectura de la abjuración de Galileo ante el tribunal, texto que no puede dejar a nadie indiferente.
"Supernova", por el contrario, peca de exceso de ritmo, apabullando a quien lo ve con su espectacularidad y la desmesurada cantidad de información. Encontrar ese término medio en el que nada sobra y nada falta es difícil, por supuesto, pero, ¿quien dijo que hacer ciencia y arte fuese fácil?
"Cita con Venus", la última creación conjunta de la
Casa das Ciencias y el
Pamplonetario, halla la solución precisa al problema: optar por una aparente ausencia de pretensiones. No es un programa ideado para sobrecargar la capacidad de absorción de datos de los espectadores, ni abusa de los muchas veces innecesarios recursos casi pirotécnicos que hoy en día tenemos a nuestra disposición.
Cita con Venus viene a ser como un brillante concierto de cámara, y justamente en su simplicidad y en su apuesta por la provocación reside su grandeza, que lo convierten en el mejor programa presentado en un planetario que yo haya visto nunca. Su acercamiento a nuestro vecino más próximo en el Sistema Solar es multidisciplinar pero no pedante; las referencias al arte y a la mitología, obligadas en un caso como este, le dan ese barniz de "cultura" (tal y como esa palabra es entendida por los periódicos) que siempre viste bien cualquier cosa que se haga. Uno sale de
Cita con Venus con las ideas claras gracias a un guión exquisitamente medido, guiado por la máxima
"menos es más", y que se permite algún ingenioso toque de humor. Humor que, por cierto, también se detecta en toda su banda musical, espléndida no porque exhiba una inusual belleza en sus composiciones sino por su capacidad para generar sensaciones inmediatas y reconocibles. Es una banda sonora que juega al
pastiche, a la mezcla de códigos muy variados que oscilan entre los registros vagamente orientales y los del cine de detectives de serie B, en un ejercicio de habilidad que encaja armoniosamente con las intenciones de un programa que alcanza la perfección a fuerza de no buscarla. Quizá ahí esté la clave, y no hablo sólo de planetarios.
Martin Pawley
Agrupación Astronómica Coruñesa Io
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