Título español: Naves misteriosas;
Ano de producción: 1972;
Director: Douglas Trumbull;
Guión: Deric Washburn, Michael Cimino e Steven Bochco;
Productores: Douglas Trumbull e Michael Gruskoff;
Música orixinal: Peter Schickele;
Cancións: Joan Baez;
Fotografía: Charles F. Wheeler;
Montaxe: Aaron Stell;
Decorados: Francisco Lombardo;
Maquillaxe: Dick Dawson;
Reparto: Bruce Dern (Freeman Lowell), Cliff Potts (John Keenan), Ron Rifkin (Marty Barker), Jesse Vint (Andy Wolf)
Non lles vou dicir que
Silent running é unha incontestable obra mestra da ciencia ficción, porque sen dúbida algunha non o é. Non é unha xoia incontestable, pero si é unha película tremendamente representativa dunha época e dun xeito de facer cine que sempre é interesante recuperar, e mais agora que estamos xa en plena era
Matrix.
Silent running é filla da súa época, un intento estimable e inxenuo de facer ciencia ficción con conciencia, algo que neste xénero non abunda precisamente.
Silent running apóiase nunha idea magnífica: por algunha causa que non fica explicada, a Terra converteuse nun lugar inhóspito e tomouse a decisión de lanzar ao espacio un conxunto de naves-vivero, coa fin de preservar a vida dun feixe de especies animais e vexetais que do contrario non sobrevivirían. Ao cabo de varios anos, e sen que tampouco saibamos ben as razóns, os tripulantes das naves reciben a orde de destruílas; pero un deles, o personaxe encarnado por Bruce Dern, negarase a facelo. E aí empeza todo...
O guión de
Silent running está cheo de buratos. Hai demasiadas cousas que fican por explicar, hai erros de vulto que poderían ter sido corrixidos cun mínimo de esforzo, e en liñas xerais a película despide unha evidente sensación de desaliño. Tanto ten, estamos nos felices e axitados primeiros anos setenta, consecuencia natural dos felices e axitados anos sesenta, e unha certa despreocupación polas formas non é algo traumático. O relevante é o fondo, o tema que dá pé ao filme, moi apropriado para xerar interesantes coloquios baixo a enriquecedora luz dunhas cervexas.
Silent running é así unha película tan imperfecta como deliciosa, cunha mensaxe ecoloxista que mesmo se ve reforzada polos anos transcorridos. É un producto da era hippy, a mesma que converteu nun mito a un título tan coñecido (e tan discutible) como
2001, só que aquí se prescinde por completo da metafísica de salón-bar e das grandes pretensións que lastran a obra de Kubrick.
Silent running ten o don da brevidade e posúe esa característica simplicidade narrativa do cine americano, o bo e o malo: o espectador entende ben axiña todas as claves da película, froito desa fantástica tendencia de ir ao gran que os cineastas americanos levan pegada aos seus xenes. De feito,
Silent running fica resolta coa media hora inicial e o cuarto de hora final. O que queda até encher a hora e media de duración non direi que é prescindible, pero tampouco se pode dicir que aporte demasiado e constitúen sen dúbida os momentos menos interesantes da película.
Non hai moito que dicir do reparto, no que só cabe destacar ao protagonista, Bruce Dern, presente tamén en
Family Plot, a última maravilla rodada por Alfred Hitchcock, e que é pai de Laura Dern, actriz vista no lynchiano
Wild at Heart ou no primeiro
Jurassic Park. Tampouco hai moito que falar de Douglas Trumbull, un dos grandes nomes no campo dos efectos especiais; así que rematarei citando o que eu máis lembro de
Silent running: a voz de Joan Baez cantando un par de temas ao longo da metraxe, e en particular o primeiro, que seguro que lles ha de soar.
Fagan o favor, acomódense e véxana sen prexuízos.
Martin Pawley
Agrupación Astronómica Coruñesa Io
Yo también pienso como ustedes, pero verán, mis amigos y yo hemos decidido solucionar el problema de la siguiente manera. Los campos gravitatorios en el interior de las naves, se generan con unos escudos de gravitones situados debajo de cada semiesfera; las comunicaciones desde la Tierra se realizan mediante ansible (aquel artefacto que inventó Orson Scott Card en el "Juego de Ender") de tal manera que resultan inmediatas y no están sujetas a la poco cinematográfica constancia de la velocidad de la luz. Nº3, precursor de R2D2, acepta ordenes complejas ya que, se lo aseguro, no hay nada que ningún jardinero convertido en programador de ordenadores sea incapaz de hacer, si las especificaciones son correctas, por supuesto. Queda todavía el silbido del viento en los anillos de Saturno, pero ¿es que están seguros de que no existe?. Y sobre todo
¿hay alguien capaz de comer apio crudo?
Permítannos estas licencias, que no quieren decir otra cosa que: señores, están viendo una película del año 1972 y según la aritmética (la de toda la vida, no la de Punto Flotante, ni la de Rato) esto fue hace treinta años. Ahí es nada.
Estados Unidos por aquel entonces, estaba a punto de salir de la guerra del Vietnam y sus universidades estaban plagadas de estudiantes haciendo el amor sobre la hierba para fumársela a continuación. Las notas de Joan Baez y Aretha Franklin les acompañaban en su desenfreno. La juventud vivía movilizada contra la guerra, y los ciudadanos se organizaban en plataformas para lograr el cierre de las centrales nucleares, la protección de la naturaleza y exigir la decencia en el ejercicio de la política (tengan en cuenta que tenían a Nixon como presidente). Pero a los americanos también les embriagaba la emoción de realizar grandes gestas, habían conseguido poner al hombre en la Luna, por tanto podrían conquistar no solo el mundo, sino el espacio sideral. Debió ser un duro trauma para ellos salir un año después de Vietnam con el fusil entre las piernas.
No se sabe muy bien por que esta nación decidió enviar su acervo vegetal al espacio, probablemente esto fue debido al exceso de contaminación, lo que nos lleva a preguntarnos si no hubiese sido más barato reducir las emisiones de CO2 que poner en órbita semejante cantidad de toneladas de bosque. También es posible que fueran los efectos de una guerra nuclear, porque, aunque la guerra fría estaba tocando su fin, no hacía más de diez años que se había producido la crisis de los misiles en Cuba, y la población todavía vivía amedrentada por la amenaza que suponía el tener apuntando a su ciudad varias decenas de cabezas nucleares a bordo de otros tantos cohetes intercontinentales; por lo tanto, el cometido de estas pequeñas arcas de Noé botánicas, sería el de salvar los bosques del diluvio de partículas beta que se les venía encima. El caso es que ante la orden de destruir el cargamento de las naves misteriosas (y todavía seguimos preguntándonos qué de misteriosas tienen estas naves para el avezado traductor), un ser humano, consciente de su responsabilidad contraviene la orden y asesina a sus compañeros por salvar tan preciada carga. Por supuesto, el hombre tiene buen corazón y le asaltan los remordimientos por lo que hizo, pero entiende que la vida de cualquiera de ellos es de inferior valor al del flete que esas naves transportan; hace suyo el lema de todo buen ecologista, "piensa globalmente, actúa localmente".
Se nos ocurrió que sería más acertado guardar semillas de cada especie en silos de plomo, para plantarlas en tiempos mejores. Sepan que algunas de las que se guardaron hace cuatro mil años en las pirámides de Egipto con motivo del entierro de algún faraón, están todavía en condiciones de germinar. Hubiese salido más barato, pero ¿se imaginan que empresa tan bonita?...Lo dicho, recuerden la película con cariño, pero no asesinen a su vecino por apagar las colillas en la maceta del ficus del descansillo. Acuérdense esta noche de Nº2, que el año pasado alcanzó el cinturón de Kuipper y todavía sigue regando las petunias, en previsión de lo que aquí pueda pasar.
Como mensaje tranquilizador, solo terminar indicándoles que muchas de las especies que las naves sumamente misteriosas se llevaron al espacio para su protección llevaban evolucionando sobre la tierra muchos millones de años antes de que nosotros apareciésemos. Al hombre (al menos al 10% de la población mundial que duerme caliente) le gusta considerarse el producto final de una evolución que se pierde en la noche de los tiempos, la cima de una pirámide que representa la supremacía y el control de la tierra. No tiene en cuenta que muchos organismos han logrado prosperar con eficiencia durante mucho más tiempo que él, que nosotros vaya, especies como las cucarachas, por ejemplo, o las hormigas.
Es de suponer por tanto que, aunque no todas, si la gran mayoría de estas especies que nos pretendemos llevar al espacio, consigan seguir su camino evolutivo en paz, cuando nosotros nos hayamos extinguido a nosotros mismos y no hayamos sido nada más que un mero accidente, y descansemos anclados ya en algún estrato geológico que alguna civilización posterior estudie con detenimiento y dedicación. A veces me parto de risa al ver como la gente se preocupa de que el Sol se apague dentro de 6.000 millones de años
¿nos dará tiempo de huir? ¿sabremos?. No se preocupen, son sus genes, ellos le hacen pensar que su especie será eterna, que bichos más poderosos ¿se acuerdan de
Gattaca?. Entiendo que no es tranquilizador tener estos pensamientos mientras uno espera a que los gusanos se le coman las manos, por eso les recomiendo que hagan caso de los organizadores y se dirijan al terminar esta sesión a "La Mediterránea", lugar donde todas estos pensamientos tan raros se diluyen en buena compañía.
..todos estos momentos se diluirán.. como lágrimas en la lluvia.
Blade Runner
Juan Carlos González
Agrupación Astronómica Coruñesa Io
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